sábado, 15 de septiembre de 2012

Te equivocas, luego existes.

Nadie es perfecto, la justificación más extendida para maquillar un error.
Nuestra imperfección es un incentivo pesado, pero sin ella, seríamos simples, carentes de evolución; son los errores lo que nos invita a mejorar.
Si te enamoras y sufres, medirás con cautela tus próximos latidos. Si intentas algo y fracasas, tienes dos opciones, o intentarlo de nuevo con más fuerza, ingenio, o darte por vencido.
Por la boca muere el pez, cierto, nuestras palabras, en ocasiones solución y en otras artífices de situaciones embarazosas, en esto importa más el ¨cómo¨ que el ¨qué¨.
Podríamos añadir equivocarse a los instintos humanos, al fin y al cabo, todos lo hacemos, al igual que respiramos o comemos.



De todas maneras, esto es demasiado relativo, los errores en muchas personas inducen miedo, miedo a que sea reiterativo, en otras causa impotencia, bloqueando sus éxitos a base de rabia, ya sabéis: tropezamos dos veces con la misma piedra, sí.
Y por último están aquellos que se motivan, llamémoslos perfeccionistas (elegante palabra) o cabezotas (más ruda) incansables, persiguen su objetivo, sin importar las veces que caigan, desde el primer error. Saben un camino más que no deben tomar, es decir, aprenden a equivocarse, y con certeza digo, que es una gran lección.
Madurar lleva adosada, la palabra caer ¿acaso alguien aprendió a caminar manteniendo las rodillas ilesas?
En conclusión, no hay que temer a los errores, tampoco adorarlos, simplemente respetarlos como parte de nuestra naturaleza, y aprovecharnos de ellos como fuente abundante de lecciones.

Te equivocas, luego existes.

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